Un silencio importante, de esos que nadie se atrevía
a romperlo, fue el que en ese momento, mientras la sangre aun se derramaba bajo
la luna aun visible entre densas nubes, rompió el inspector Bonilla con la cara
seca como inherente a su profesión. Miro con calma el cuerpo que se tendía al abrigo de la noche en la mitad
de una acera del barrio la Palestina, las llamas aun vivían en los recodos de
las esquinas y mientras el inspector Bonilla con cara de desolación buscaba
junto con otros policías pistas de lo que pudo haber pasado, llego la noticia
de que habían encontrado mi bicicleta en un deshuesadero a las afueras de la ciudad, esa noche el
inspector fue a su casa y durmió con la tranquilidad que precede la calma;
mientras yo buscaba mi bicicleta en el deshuesadero.
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